Mentoría Privada Uno a Uno
—Hola.
—Hola, muchacho, muchacha, muchache.
—A ver, voy a empezar por el final. ¿Cuánto cuesta una sesión?
—90€.
—Durísimo.
—Jajajaja. Durísimo es ir con un mal coach o terapeuta y que te cobre 10 veces más o te deje a medias para seguir cobrando la semana siguiente.
—Cabrón.
—Es que yo he pasado por allí, ¿sabes?
—Ya. Bueno. ¿Y lo haces presencial o online?
—Solo online, por el momento.
—¿Y si lo haces online no se pierde algo de magia o conexión?
—Sí, entiendo lo que dices, pero para tener ese momento «eureka» conmigo, créeme que no es necesario. Saldrás con las ideas muy claras y con una sensación de haber recuperado tu poder (aunque te aviso que la verdad que saldrá en la sesión incomoda porque ya no podrás volverte a engañar).
—Joder, no me convences, ¿eh?
—Es que no quiero convencerte, quiero decirte la verdad, quiero ayudarte, aunque sea cliché.
—¿Y se grabará? Me gustaría volverla a ver más tarde.
—No, no se grabará. Aún así, tengo un regalo al final de la sesión para ti que será aún mejor para que tengas claro lo trabajado y los pasos para avanzar.
—¿Y de qué se trata ese regalo?
—Lo descubrirás cuando llegue la hora.
—¿Y la sesión está pensada para seguir más adelante?
—No, está hecha para que no vuelvas con ese bloqueo. No te venderé nada, no me parece ético después de una sesión.
—¿Y cuánto dura?
—Una hora, como máximo. Aunque podría tardar más en algún extraño caso, lo más probable es que tarde menos de una hora. Podemos hablar un ratillo, luego, no te preocupes.
—Ah, que igual… ¿dura menos?
—Sí. Igual en media hora ya lo tenemos. Si tardas menos en desenredar el problema y encontrar esa claridad que buscas, mejor, ¿no?
—Mmmm… Ya. Bueno. ¿Seguro que acabará bien…?
—Sí.
—¿Y si sale mal la sesión?
—Una vez no pude ayudar a una mujer. Le quise devolver el dinero y le recomendé un psicólogo. Estuvimos hablando un buen rato. Ella me quiso invitar a una cerveza porque era de Barcelona y no aceptó mi devolución.
—¿Y cómo sé que vamos a conectar y llevarnos bien?
—Mírate un podcast mío. Soy tan sincero que mis reflexiones ya actúan como un filtro para que me odies o te quieras empujar conmigo a una nueva vida.
—¿Sí?
—Mírate uno y lo verás.
—Bueno, sí, realmente cuando te conocí me caíste un poco mal.
—¿Lo ves?
—Bueno, bueno… ¿Y cómo funciona la sesión?
—Igual un día crearé una formación solo para eso.
—Pero cuéntame un poco.
—Primero me explicas qué te pasa (sin filtros), yo ya te llevaré…
—¿Y ya está?
—Te interrumpiré. No te lo tomes a mal. Es parte de mi trabajo.
—Da miedo.
—Si no te diera miedo no habría cambio.
—¿Así que hablaré poco?
—Lo justo y necesario, porque quiero escucharte de verdad. Y el cliente, por experiencia, suele mentir siempre (no lo hacemos expresamente, es un mecanismo de defensa de nuestro inconsciente).
—Cuéntame más sobre cómo funciona una sesión tuya, va.
—Primero identificaremos la situación de estrés, luego iremos al origen de ese conflicto y recuperaremos el poder. Siempre acabaremos encontrando una serie de recursos para que actúes con más libertad emocional en tu situación actual.
—¿En qué metodologías te inspiras?
—Pues me he nutrido de diferentes filosofías y metodologías: desde la importancia del ambiente emocional desarrollada por Carl Rogers, la terapia Gestalt de Fritz Perls, la Terapia Racional Emotiva de Albert Ellis, la obra completa de Carl Gustrav Jung, la biología, la epigenética conductual, el papel de las emociones, el papel de física cuántica y la PNL, principalmente.
—Poca cosa.
—Pero si no quieres cambiar, da igual el quién o el qué.
—Vale, ¿entonces es una psicoterapia?
—No, no lo es. Tampoco estoy graduado como psicólogo. No diagnostico psicopatologías ni receto medicamentos. Quiero dejarlo clarísimo. Fundamental.
—¿Y qué tipo de problemas podrías abordar?
—Pues mira, hay de todo. Pero suelen ser habituales problemas de trabajo, de pareja, de falta de dirección en la vida o temas relacionados con la soledad.
—¿Y si tengo ansiedad?
—Sí, los síntomas pueden ser una puerta de entrada al inconsciente. Pero no voy a enfocarme en curar el síntoma. Ese no es mi campo de trabajo.
—¿Curarías el síntoma?
—Mi trabajo no es curarte de ningún síntoma. Tienes que entender que un síntoma es multifactorial.
—Es que es un tema que tengo…
—Mi intención sería ver qué está tratando de mostrarte el síntoma, en este caso. El síntoma no es tu enemigo. Pero lo mismo te pasaría con cualquier dificultad o conflicto que tengas. Tus quejas, normalmente, son tus verdaderos deseos reprimidos…
—Uy, uy.
—Si pillas esta frase, ya casi está.
—A medias.
—Tus quejas revelan tus deseos escondidos. Lo que te molesta del otro es lo que igual te gustaría hacer a ti. Igual, solo igual…
—Bueno… ¿Y si necesito explicarte algo más adelante de la sesión que me ha pasado?
—Durante los siguientes 30 días podrás preguntarme lo que quieras por WhatsApp o por correo.
—Uf. Eso está bien.
—Sí.
—Ya, bueno, pues me lo pensaré.
—Pues piénsatelo.
—¿Pero de verdad cambia algo en una sesión?
—Es un cambio de percepción. Está pensada para que no vuelvas. Hay otros que lo hacen al revés.
—Ah, ya.
—Cada uno tiene sus hábitos y hay que respetarlos.
—¿Y entonces dónde pagaría?
—Tienes que enviarme un mail, me cuentas un poco tu problema y si acepto, pues concretamos la fecha y la hora.
—¿Adónde?
—Justo aquí abajo.
—¿Y ya estaría?
—Sí
—¿Y si tengo otras dudas?
—Pues eso, me las escribes arriba también.
—Gracias.
—A ti por llegar hasta aquí.